[Escrito el 20 de enero de 2023]
Elon Musk, la celebridad de las empresas tecnológicas, es muy
inteligente. Ha sabido utilizar los medios, los tradicionales y las redes
sociales, para promover más allá de la realidad sus iniciativas empresariales,
elevando a niveles estratosféricos el precio de las acciones de sus negocios. Pero
esa capacidad de manipulación tiene un límite y, de acuerdo con noticias
recientes, parece ser que Musk ya encontró el que restringirá su movimiento.
Hoy se publicó la noticia de que el Musk vendió en diciembre pasado
alrededor de 22 millones de acciones de Tesla a un precio de 163 dólares por
acción para un total de 3,600 millones de dólares. Esa operación de venta la
realizó antes de que se diera a conocer la reducción de la demanda de esos
vehículos con relación a las proyecciones que se habían publicado. De acuerdo con
el Wall Street Journal, el 2 de enero de este año se publicó la información de
que la empresa automotriz de Musk fabricó menos vehículos en 2022 de lo que
inicialmente se había proyectado e informado a los inversionistas. A partir de
esa noticia se acentuó el descenso del precio de las acciones que llegó a
venderse el 3 de enero de 2023 a 108 dólares.
Esto sugiere que Musk utilizó información privilegiada -es decir, no
publicada- sobre el desempeño de la empresa para vender a un precio elevado parte
de las acciones que poseía en Tesla. Específicamente, si hubiese vendido 22
millones de acciones el 3 de enero a 108 dólares hubiese recibido alrededor de 1,210
millones de dólares menos de lo que recibió al vender en diciembre. Me imagino
que la Comisión Nacional del Mercado de Valores de los Estados Unidos (SEC, por
sus siglas en inglés) investigará a profundidad ese caso, que se trata de una
empresa cuyo precio por acción superó los 407 dólares en noviembre de 2021 y
hoy cerró en poco más de 133 dólares, equivalente a una caída de 67%.
Por el bien de Tesla, SpaceX y Twitter, empresas en las cuales Elon Musk
es el CEO o cabeza, pienso que Musk debería renunciar y pasar a ser un
accionista que, en el mejor de los casos, tenga un asiento en el Consejo de
Directores. De lo contrario, la sangre financiera de los inversionistas y
acreedores de esas empresas seguirá corriendo en forma de una profusa
hemorragia.
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