[Frente al Statu Quo. Publicado en Diario Libre el 12 de agosto de 2024]
La política monetaria es clave para el
desempeño económico a corto plazo. Los bancos centrales diseñan y ejecutan
medidas monetarias para alcanzar y mantener la estabilidad de precios y, en
muchas ocasiones, evitar que las perturbaciones transitorias -económicas,
políticas, sanitarias y ambientales- desvíen excesivamente el producto interno
bruto (PIB) de su nivel potencial.
Es usual que los bancos centrales adopten regímenes de política monetaria que incluyen metas explícitas de inflación. Dichas instituciones determinan el nivel de tasa de interés compatible con la meta de inflación y con un nivel de PIB cercano al potencial. Para lograr ese nivel de tasa de interés a corto plazo, se mueve la cantidad de los agregados monetarios mediante operaciones de compra y venta de títulos de deuda. La tasa de interés que se obtiene es la referencia del mercado que influye sobre la curva de rendimiento de los títulos financieros.
Cuando la tasa de inflación se coloca por encima de la meta, las autoridades monetarias suben la tasa de interés de referencia. El ajuste monetario eleva la tasa de desocupación, presiona hacia abajo la tasa de crecimiento de los salarios y disminuye la demanda de bienes y servicios del sector privado. El resultado de esos movimientos económicos es una menor tasa de inflación y un menor ritmo de crecimiento del PIB.
El principal activo de un banco central es su credibilidad. Por ese motivo, adopta decisiones rigurosas, que tienen en cuenta la mayor cantidad de variables, controlables o no, para minimizar la probabilidad de que algo se rompa -como el anclaje de las expectativas de inflación o la solvencia bancaria- y sea necesario dar marcha atrás. Además, hay que recordar que “en economía no hay almuerzo gratis.” Alcanzar un objetivo acarrea un costo que se ha de pagar, sea con mayor tasa de desocupación, menor ritmo de crecimiento del PIB o mayor depreciación de la moneda nacional.
En ese contexto, cabe remarcar la estrecha relación existente entre las decisiones de los bancos centrales y las variaciones cambiarias. Cuando el banco central de Estados Unidos aumenta su tasa de interés real -que es la nominal ajustada por la inflación- respecto a la del Banco Central Europeo, atrae recursos de los inversionistas internacionales hacia los títulos financieros emitidos en dólares y se aprecia la moneda estadounidense respecto al euro. La reducción del diferencial entre la tasa de interés de referencia de la Reserva Federal y la de los países de América Latina, incluida la República Dominicana, explica la depreciación observada en lo que va de año de las monedas latinoamericanas con relación al dólar. Esa vinculación implica que los bancos centrales, en particular en los países en desarrollo, deben incluir en su función de reacción las medidas adoptadas por la Reserva Federal.
Uno de los mayores errores de un banco central es tomar decisiones en función de lo que en cada momento pueda interesar o convenir al mercado de valores. Este reacciona rápidamente a las informaciones de inflación, crecimiento económico, condiciones laborales y desempeño de las empresas que cotizan en bolsa. Además de fluctuar con el ciclo económico y los fundamentos del mercado, el precio de las acciones es sensible a las condiciones monetarias. Cuando el banco central aumenta la liquidez para estimular el crecimiento del PIB, una parte de ella desemboca en el mercado bursátil y eleva los precios de las acciones. Si el aumento de la liquidez ocurre en momentos en que existe una manía, como la del “dot-com” o la de la inteligencia artificial, se genera un incremento exponencial de los precios de las acciones y se crea una burbuja. La anomalía del mercado se desinfla o estalla cuando sale a la luz información que revela la irracionalidad e inconsistencia de las expectativas.
La caída brusca de los principales mercados de capitales ocurrida hace una semana presionó a los bancos centrales, entre ellos el japonés. En Estados Unidos, la noticia sobre la reducción del ritmo de creación de empleo y el incremento de la tasa de desocupación generó una turbulencia bursátil que elevó a más de 70% la probabilidad de que en septiembre la Reserva Federal realice un recorte de 50 puntos básicos a la tasa de interés de referencia. El recorte estimularía la economía a través de la inversión y del consumo, resultado que aumentaría el precio de las acciones. Además, a menor tasa de interés, mayor es el valor presente del flujo de efectivo de los negocios y, por tanto, más elevado es el valor de los títulos de renta variable.
Dado que la tasa de inflación interanual a junio fue de 2.5%, un nivel superior a la meta del 2%, no es recomendable que la Reserva Federal baje 50 puntos básicos a su tasa. Cabe recordar que el banco central actúa según el comportamiento de la tasa de inflación y del crecimiento económico, no de la evolución del precio de las acciones. Lo que demostró el premio Nobel de Economía, Ben Bernanke, es que la volatilidad del mercado de capitales es relevante para las autoridades monetarias solo si atenta contra la estabilidad del sistema financiero. En esa situación es necesario intervenir para minimizar la probabilidad de quiebra de bancos y evitar una depresión económica. El escenario descrito es poco probable en la actualidad; por tanto, es previsible que en septiembre el ajuste de la tasa de interés de la Reserva Federal sea de 25 puntos básicos.
Por último, es posible que el Banco Central de la República Dominicana, ante el inminente inicio del ciclo a la baja de la tasa de interés en Estados Unidos, reduzca en la reunión de agosto su tasa de interés en 25 puntos básicos. Al mismo tiempo, podría tomar algunas medidas monetarias para que las tasas de interés interbancaria, activa y pasiva, que han subido mucho en lo que va de año, comiencen a bajar para estimular el ritmo de crecimiento del PIB. El cambio de postura monetaria requiere de mucha experiencia, prudencia y credibilidad, pues hay que evitar que la depreciación cambiaria que se registraría ocasione la pérdida del anclaje de las expectativas de inflación.
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