[Escrito el 15 de julio de 2015]
El primer
ministro griego Alexis Tsipras está pagando el precio de la demagogia. Después
de crearle a su gente falsas expectativas sobre la política económica que podía
ejecutar y someter a ese pueblo a un referéndum, hoy se enfrenta a
manifestaciones que se oponen a su reciente acuerdo con el Eurogrupo.
El tercer
rescate de Grecia implica aumentos de impuestos, entre ellos el IVA- y recortes
de pensiones. Ese ajuste le permitiría al gobierno de Atenas recibir hasta 86
mil millones de euros, los cuales necesita desesperadamente para evitar la
quiebra de su economía.
La firma de
ese acuerdo, que debe ser ratificado por el parlamento griego, ha provocado la
salida de varios ministros del gobierno y el enfrentamiento contra los más
radicales de Syriza. Ante a esa situación, Tsipras se limita a decir que ese
“mal acuerdo” es mejor que una salida desordenada del euro. Y tiene razón, el
uso del dracma –su moneda nacional- significaría una acelerada inflación que
deterioraría, aún más rápido, las condiciones de vida de los griegos.
Lamentablemente,
la falta de confianza en Tsipras y su gobierno es tan notoria que el acuerdo
incluye como punto esencial que se garantice la independencia de la oficina de
estadísticas de Grecia. Esto se explica porque por un largo tiempo el gobierno
heleno tergiversó las cifras económicas con el objetivo de reducir el déficit
público y ocultar parte de la deuda estatal. Y el resto de los europeos,
cansados de darle plata a los griegos, no quieren que eso vuelva a suceder.
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