[Frente al Statu Quo. Publicado en Diario Libre el 20 de octubre de 2025.]
Joseph A. Schumpeter fue un brillante economista austriaco, profesor de la Universidad de Harvard durante los años 1932 a 1950. Su legado intelectual incluye la teoría del crecimiento económico impulsado por la innovación tecnológica y la “destrucción creativa.”
En su obra cumbre, “Capitalismo, Socialismo y Democracia,” Schumpeter expone por qué la innovación y la difusión del conocimiento constituyen factores clave del crecimiento económico sostenido. Asimismo, afirma que la innovación se basa en los incentivos y la protección de los derechos de propiedad, elementos que estimulan a las empresas a invertir en investigación y desarrollo. Añade también que la competencia favorece que las nuevas innovaciones desplacen a las anteriores, en un proceso denominado destrucción creativa.
Dado que el Premio Nobel no se concede a título póstumo, la semana pasada se anunció que tres académicos responsables de aportar base empírica y modelación matemática a la teoría de Schumpeter fueron galardonados con el Nobel de Economía.
Joel Mokyr, profesor de historia económica en la Northwestern University (Estados Unidos), ha sido premiado por identificar y cuantificar la importancia de los requisitos previos al crecimiento sostenido derivado del progreso tecnológico. En su obra “Una cultura de crecimiento: los orígenes de una economía moderna,” demostró que la Revolución Industrial -desarrollada en el Reino Unido entre 1760 y 1830- fue resultado de la acumulación de conocimiento y de una cultura científica que promovió el avance científico, el progreso y el crecimiento económico sostenido.
Por su parte, Philipe Aghion, profesor de economía en el INSEAD (Francia) y de la London School of Economics (Reino Unido), y Peter Howitt, profesor de economía en la Brown University (Estados Unidos), han sido galardonados por su teoría del crecimiento sostenido que se logra a través de la destrucción creativa. Dichos autores publicaron en 1992, en la revista “Econometrica,” un modelo de crecimiento económico endógeno fundamentado en la innovación y la destrucción creativa, en virtud de las cuales se verifica que algunas empresas desaparecen y son sustituidas por otras más eficientes y capaces de producir bienes de mejor calidad.
De los aportes de Schumpeter, Mokyr, Aghion y Howitt se desprenden valiosas lecciones para promover un crecimiento económico sostenido en la República Dominicana; es decir, una expansión del producto interno bruto (PIB) que, como demostró Robert Solow, profesor del MIT y Nobel de Economía en 1987, requiere más que la simple acumulación de capital físico y de mano de obra.
En ese sentido, un sistema educativo moderno, compatible con la demanda del mercado laboral, es una pieza esencial para el progreso y el bienestar de la sociedad. Los países con buena formación en matemáticas y ciencias son los que alcanzan niveles más altos de innovación, productividad e ingresos. De ahí la necesidad de gestionar con eficiencia el gasto social destinado a fortalecer el capital humano, condición indispensable para ampliar la capacidad de generar conocimiento útil y elevar el ingreso per cápita. Basta con observar que la evolución del capital humano y de la creatividad científica, registrada desde 1960 hasta el presente, explica gran parte de la brecha de ingresos per cápita entre Singapur y la República Dominicana.
Una evaluación rigurosa del modelo de gestión de la educación pública preuniversitaria dominicana revela la necesidad de una reforma profunda. La incorporación de técnicas avanzadas de gestión en los centros educativos es indispensable para mejorar la calidad de la enseñanza nacional. La entrada del sector privado en dicha gestión -incluida una adecuada selección de docentes, contenido curricular y tecnologías de aprendizaje- elevaría el rendimiento de los estudiantes y aceleraría el ritmo de acumulación de capital humano, en particular el de la futura mano de obra perteneciente a hogares pobres y vulnerables.
El incremento de la población instruida estimularía el progreso tecnológico. La colaboración entre empresas, universidades y el Estado resulta imprescindible para generar un círculo virtuoso de nuevas ideas capaces de impulsar el desarrollo y la transformación social. Un régimen de incentivos adecuado a la innovación se traduce en mayor eficiencia en el uso de los recursos naturales y productivos. El Estado debe promover el financiamiento de centros de investigación en áreas que sean complementarias del valor agregado de sectores productivos con ventajas comparativas.
Por otro lado, la protección de la propiedad privada, incluida la intelectual, fomenta la inversión en investigación y desarrollo, vinculando la dinámica empresarial al crecimiento económico. Asimismo, un sistema judicial accesible y eficaz fortalece el régimen de propiedad privada y facilita la ejecución de proyectos de riesgo, indispensables para que las nuevas tecnologías desplacen a las obsoletas mediante el proceso de destrucción creativa.
Todo ello requiere la creación de marcos regulatorios que se diseñen y se gestionen por funcionarios seleccionados mediante un sistema meritocrático, orientado a la creación de valor y al desarrollo de instituciones sólidas, modernas y eficientes. La promoción de la competencia en los mercados de bienes, servicios y factores de producción garantiza que los innovadores del pasado no obstaculicen la entrada en el mercado a futuros actores con tecnologías modernas, capaces de desplazar los productos obsoletos y eliminar las empobrecedoras rentas monopólicas. Una competencia justa, en un entorno de estabilidad macroeconómica, promueve la asignación óptima de los recursos productivos y eleva el bienestar de los consumidores.
Asimismo, un mercado laboral flexible, que permita la movilidad de los trabajadores con el menor costo posible, podría mejorar la asignación de los recursos humanos y aumentar la productividad laboral. Ello estimularía la creación de empleos mejor remunerados, tanto para los trabajadores cualificados como para aquellos con bajo nivel educativo, lo que se traduciría en un crecimiento económico sostenido e inclusivo.
Por último, la sociedad debe respaldar las reformas estructurales necesarias para desatar las fuerzas de la creación destructiva, con el fin de que el crecimiento económico perdure y supere de forma sostenida el 5% anual. Alcanzar ese objetivo exige construir una narrativa de éxito basada en el progreso tecnológico, capaz de involucrar tanto a las generaciones presentes como a las futuras.
Las lecciones expuestas permiten afirmar que aún queda mucho por hacer en la República Dominicana para establecer un modelo de crecimiento económico basado en la innovación y la destrucción creativa.
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