[Escrito el 20 de abril de 2016]
Comenté
hace años, cuando gobernaba Lula da Silva, que la política económica brasileña
era insostenible. El excesivo nivel de gasto público, fundamentado en un
coyuntural boom de exportaciones de bienes básicos, acabaría en un déficit
fiscal insostenible. En la actualidad éste supera el 11% del PIB, llegando la
deuda pública a un 70% del PIB. Esto significa que Brasil está al borde del
precipicio.
La decisión
del Congreso Nacional de votar a favor de que continúe el proceso que iniciaría
un juicio político contra Dilma Rousseff es un paso hacia adelante. Dilma será
enjuiciada no por corrupción, sino por haber ocultado información sobre gastos
públicos con el objetivo de subestimar el nivel del déficit fiscal, en lo que
se ha denominado “pedaleo fiscal.”
Ante esa dramática
situación de la presidenta Rousseff, es muy probable que Michel Temer se
convierta en el primer mandatario de la nación. Cabe preguntar si sus
actuaciones serán lo suficientemente positivas y contundentes como para
recuperar la confianza de su pueblo y de los mercados de capitales
internacionales.
Los
desequilibrios macroeconómicos de Brasil obligarán a Temer a adoptar medidas
dolorosas. El ajuste fiscal implica aumentos de impuestos y reducción de gastos
públicos.
La reforma del sistema de pensiones también es
necesaria. Esto lo obligará a llevar la edad de retiro de 60 a 65 años.
El aumento
de la productividad y competitividad requiere de una reforma laboral, que a
pocos agradará.
No cabe
duda de que lo que tiene que hacer el vicepresidente Temer hace temer a
cualquier político populista. Espero que el futuro presidente no lo sea.
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