[Escrito el 12 de mayo de 2016]
Michel
Temer, como presidente en funciones de Brasil, tiene como reto adoptar medidas
que coloquen a esa nación sobre una ruta de crecimiento económico y estabilidad
de precios. De no haber cambios de política económica se estima que este año el
producto interno bruto caería en un 3.7% y la tasa de inflación se movería en
el entorno del 9%, mientras que la tasa de desempleo se mantendría por encima
del 10%.
El
presidente Temer deberá ajustar las finanzas públicas. El déficit público, proyectado
en 10% del PIB, obligará al gobierno a reducir los gastos sociales, a reformar
el sistema de pensiones, a privatizar algunos servicios públicos y a elevar los
impuestos.
La política
de ajuste es una condición necesaria para recuperar la confianza del
empresariado. Algunos analistas afirman que la salida de capitales y la
depreciación cambiaria son dos fenómenos que se pueden explicar por el deseo de
los grupos de poder de sacar de la presidencia a Dilma Rousseff, heredera
política de Lula da Silva.
Lo
preocupante es que Temer no tiene capital político para gastar, pues su
popularidad es menor al 10% y sólo el 2% del electorado votaría por él en unas
elecciones generales. Es muy probable que los sindicatos y los movimientos
sociales enfrenten a Temer en las calles.
Una
reciente encuesta revela que el 60% de los brasileños declara que le hubiese
gustado que tanto Rousseff como Temer hubiesen salido juntos del gobierno. Si
se toma en consideración que Dilma es acusada de haber falseado las cuentas
fiscales, no menos cierto es que Temer, su vicepresidente, también puede ser
responsable de ese “pedaleo fiscal” y ser sometido a un juicio político.
La
situación en Brasil sigue siendo muy inestable.
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