[Escrito el 15 de febrero de 2022]
Un día como hoy, 15 de febrero, pero de 1989, presenté mi tesis
doctoral. Para ese entonces, con 23 años, vivía junto a mi generación la etapa
de la Década Pérdida, período que caracterizó la crisis económica que afectó en
los años ochenta a América Latina y el Caribe. Inflación, devaluación, contracción
económica, desempleo y mayor pobreza fueron los resultados económicos de la
combinación de una mala gestión de las finanzas públicas, una política
monetaria dependiente de los políticos y la ruptura de los flujos de
financiamiento externo.
Esos resultados marcaron a nuestra generación, tal como fueron afectados
aquellos que crecieron durante la Gran Depresión de los años treinta en los
Estados Unidos. En ese período, el desempleo, no la inflación, fue el principal
elemento que impactó negativamente las condiciones de vida de la población
estadounidense.
En los años noventa llegó la Gran Moderación. La generación que se
desarrolló entre 1991 y 2007 disfrutó de expansión económica estable, baja
inflación, tasas de interés reducidas, desregulación financiera, aumento de los
precios de los activos reales y financieros y mejora del bienestar. La pobreza
retrocedió aceleradamente a nivel global.
A partir de 2008, con la explosión de la burbuja inmobiliaria, el
colapso del precio de títulos financieros con niveles de riesgo subestimados y
una terrible crisis financiera, inició la Gran Recesión en los Estados Unidos y
gran parte del mundo desarrollado. El vertiginoso aumento del desempleo fue el
principal resultado económico de ese período. Algunos países europeos, como
Portugal, España y Grecia, registraron tasas de desocupación superior al 20%.
Eso marcó a los jóvenes de esos países.
La enfermedad del covid-19, declarada como pandemia en marzo de 2020, ha
creado las condiciones económicas para el origen de una nueva etapa. El cierre
de las actividades productivas para enfrentar la difusión del virus, la
disrupción de la cadena de suministro, la reducción de la producción de
combustibles y la Gran Renuncia de mano de obra que ha ocurrido en los Estados
Unidos desembocaron en una situación económica que podría denominarse la Gran
Restricción de Oferta. A diferencia de otros episodios en que ha habido
desempleo por falta de demanda, como el período de la Gran Depresión, en esta
ocasión la demanda se ha recuperado, pero no lo ha hecho la oferta al mismo
ritmo, traduciéndose en un incremento de la tasa de inflación a nivel global.
Afortunadamente, dado que no ha ocurrido ninguna destrucción de
capacidad productiva, es posible salir de esta etapa eliminando las
restricciones que hoy en día afectan la oferta de bienes. Una mejor
coordinación de los eslabones de la cadena de suministro permitiría disponer de
mayor cantidad de combustibles, menores fletes, mayor cantidad de insumos y
bienes intermedios básicos -como chips-, lo cual se traduciría en menores
precios. Es nuestra responsabilidad, como parte de la generación que toma la
mayor cantidad de decisiones, lograr ese objetivo por el lado de la oferta y
evitar así que los actuales jóvenes tengan que vivir -sin necesidad- una etapa
de inflación acelerada y/o elevadas tasas de interés.
No hay comentarios:
Publicar un comentario