[Escrito el 26 de enero de 2016]
Muchos
analistas internacionales piensan que la desaceleración del crecimiento de
China es una causa suficiente para explicar la crisis bursátil que ha estado
afectando a los países desarrollados. Se piensa que el descenso del precio del
petróleo es un reflejo de que la economía global va mal y, por lo tanto, se desprenden
de las acciones. Pienso que eso es un error.
El precio
de las acciones -en el largo plazo- depende de fundamentos de cada empresa que
hay que analizar de manera particular.
Con
relación a China cabe destacar que es una economía mucho más grande de lo que
era hace diez años. En consecuencia, un crecimiento actual de un 7% genera un
aumento de la demanda agregada internacional, en términos absolutos, mayor al
que producía un crecimiento de un 12% en el año 2006.
Si ese
gigante asiático realiza reformas internas que aseguren su estabilidad
financiera e incrementen su nivel de consumo agregado, seguiría aportando sostenidamente
al crecimiento mundial. En ese contexto, China seguirá siendo un gran comprador
de bienes finales de Estados Unidos y Alemania, de partes de manufactura de
Japón y de materias primas de Chile y de Brasil.
Debe
tomarse en consideración que la desaceleración de China se explica
principalmente por la reducción de la fuerza de trabajo disponible y por el
aumento de los costos de producción. En los últimos diez años, los costos
laborales de China se han incrementado en un 100%. Esto ha provocado que países
como Bangladesh y Vietnam hayan sustituido algunos productos exportados
previamente por China. Esto implica que el reto de la segunda economía mundial
es que fundamente su crecimiento futuro en la innovación y en una mayor
productividad.
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