[Escrito el 15 de septiembre de 2022]
La República Dominicana comparte con Haití la isla de Santo Domingo. Por
años se han creado y ampliado numerosos vasos comunicantes, convirtiendo la
frontera en un espacio poroso y explosivo. Poroso, por la facilidad con la cual
los haitianos pueden penetrar a territorio dominicano. Explosivo, porque la
presencia de delincuentes haitianos en este lado de la isla puede provocar
enfrentamientos con la policía nacional y las fuerzas armadas en cualquier
momento. Esa realidad hace que la crisis política, económica y social que se
registra en Haití sea el principal problema que tiene la República que parieron
los Trinitarios y recuperaron los Restauradores.
El presidente Luis Abinader se encuentra hoy en los Estados Unidos y
tocará el tema haitiano con miembros del Congreso y de la Casa Blanca. En esa
tarea se encuentra acompañado y respaldado por un grupo de personas clave: el
senador por Nueva York, Adriano Espaillat; el ministro de Relaciones
Exteriores, Roberto Álvarez; la embajadora dominicana en Washington, Sonia
Guzmán; y el asesor en política exterior del Poder Ejecutivo, José Singer.
Pienso que ellos tienen la experiencia, relaciones y conocimientos necesarios
para apuntalar los argumentos que presentará el presidente Abinader a favor de que
la comunidad internacional se involucre en la búsqueda de una solución a la
crisis haitiana.
Haití ya no es ni siquiera un Estado fallido. La situación de ese
territorio es peor. Los delincuentes agrupados en bandas armadas hacen y
deshacen por doquier, roban, secuestran, asesinan y destruyen a su antojo.
Ninguna entidad estatal, sea la que se denomina tradicionalmente como ejército
o la policía, tiene la capacidad para recuperar las zonas que dominan esas
bandas. Esa situación de anarquía ha llevado recientemente a España, Francia,
Canadá, México y República Dominicana a cerrar sus embajadas en ese país.
La crisis económica en Haití ha llevado a su población a lanzarse a las
calles a protestar y a emigrar masivamente hacia la República Dominicana. Desde
1844, nunca se había registrado un número tan elevado de haitianos en
territorio dominicano. Basta con dar una vuelta por los principales centros
urbanos del país, como el Distrito Nacional, Santiago, o por zonas turísticas,
como Bávaro, Punta Cana, o por áreas rurales productoras de alimentos, para
confirmar la extraordinaria presencia haitiana en las actividades de
construcción, comercio informal, turismo y agropecuaria, entre otras. Los
haitianos han desplazado hasta a los dominicanos que antes limpiaban cristales de
vehículos y a los que pedían una limosna en las intersecciones de muchas
avenidas en centros urbanos.
En diversos estudios empíricos se ha confirmado que la presencia
haitiana reduce los ingresos de los dominicanos que compiten con esa mano de
obra, que son los que se sitúan en los tres primeros deciles de la distribución
de ingresos. Asimismo, se ha confirmado que los haitianos, al igual que los
pobres dominicanos, son demandantes netos de recursos públicos, pues el costo
de los servicios públicos que consumen es superior al pago de sus impuestos. Si
a esto se añade que la presencia haitiana en el país puede incluir miembros de
bandas armadas, no cabe duda de que la crisis haitiana atenta contra la
estabilidad de la República Dominicana.
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