[Escrito el 18 de mayo de 2016]
La pobreza
y la desigualdad de la distribución de ingresos son dos fenómenos que atentan
contra el desarrollo de la democracia. Una sociedad repleta de pobres y con una
elevada concentración de ingresos crea presiones por diversos frentes, hasta
que termina explotando.
La
desigualdad de ingresos se explica por diversos motivos. Uno de ellos es la
mala distribución de los activos físicos y humanos. El físico se obtiene del
ahorro que realizan los agentes económicos o de la herencia recibida de sus
ancestros. El humano se acumula mediante la educación y capacitación para el
trabajo productivo.
Para
reducir la desigualdad de ingresos es indispensable facilitar el acceso a los
activos a los agentes económicos. En primer lugar, brindar la oportunidad de
una educación de calidad a los segmentos de población más pobres. En segundo
lugar, dar la posibilidad a esas personas de acumular activos físicos, mediante
préstamos o inversión de capital de riesgo.
Pero eso no
es suficiente. Para lograr que la persona reciba lo que debe por su aporte a la
sociedad, o de manera equivalente lo que su productividad marginal justifique,
es necesario que los mercados de bienes, servicios y factores de producción (e.g.,
capital y mano de obra) exhiban un elevado grado de competencia.
Si hay
grupos de poder que dominan algunos mercados, ellos recibirán beneficios monopólicos
muy superiores a los que justifica su aporte social, elevándose la desigualdad.
Por ese motivo, es preciso promover la competencia para que los precios sean
compatibles con la reducción de la pobreza y una distribución más equitativa de
los ingresos.
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