[Escrito el 7 de septiembre de 2015]
La mejor
forma de enfrentar la delincuencia es mediante la promoción de la educación y
el empleo. Una población bien educada es capaz de obtener buenos empleos y
generar ingresos suficientes para satisfacer de manera holgada sus necesidades
económicas.
Lo anterior
no significa que los pobres sean delincuentes, pues hay muchas personas que a
pesar de ser pobres no comenten actos delictivos. La afirmación se desprende de
la amplia evidencia empírica que demuestra que los delincuentes tienen una
mayor probabilidad de provenir de hogares en pobreza. En ese contexto, estoy
totalmente de acuerdo con la declaración sobre ese tema del gobernador del
Banco Central, Héctor Valdez.
Recuerdo un
estudio que publicaron en 1999 dos profesores de la Universidad de Colorado en
Denver donde se analizan los determinantes de vender drogas, cometer asaltos,
robos, entre otros actos delictivos. Los profesores Naci Mocan y Daniel Rees
demuestran que un aumento de la tasa de desempleo y de la pobreza se traduce en
una mayor propensidad de que se comentan crímenes.
El estudio,
que utiliza datos de 16,478 jóvenes a nivel de bachillerato, también demuestra
que las personas responden a incentivos. En la investigación queda demostrado
que cuando se crean oportunidades de empleo que aumentan los ingresos de la
familia se reduce la delincuencia. En términos específicos señalan que la
reducción del desempleo y de la cantidad de número de niños en pobreza explica
un 28% de la disminución del crimen juvenil entre 1993 y 1996.
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