Durante la mayor parte de la pasada década los países
emergentes fueron grandes receptores de capitales internacionales. Esos
recursos permitieron la adopción de políticas de demanda que promovieron el
crecimiento de los ingresos y el avance hacia la clase media de una gran parte
de la población.
Lamentablemente, la entrada de capitales externos apreció el
tipo de cambio, disminuyendo la competitividad de los sectores productivos. Esa
apreciación redujo las exportaciones y aumentó las importaciones, incrementando
el déficit de la cuenta corriente.
La dirección de esos movimientos de capitales comenzó a
cambiar desde 2013, cuando se registró una caída de un 10% respecto al año
anterior. La expectativa de mayores tasas de interés en los Estados Unidos,
debido al desmonte del programa de estímulo monetario, ha estado provocando la
salida de recursos desde los países emergentes.
La menor disponibilidad de financiamiento obligará estas
naciones a reducir el déficit de la cuenta corriente. Esto se puede lograr mediante
la contracción de la demanda privada, tanto la del consumo como la de
inversión, y a través de la disminución del déficit público.
Debe tomarse en consideración que un aumento de las
exportaciones reduciría la magnitud del ajuste de la demanda privada y pública.
Si se adoptan medidas por el lado de la oferta que incrementen la productividad
de los sectores económicos, en especial el de manufactura, se lograría elevar
las exportaciones y disminuir el déficit de la cuenta corriente.
Y todo esto en un entorno de mayor empleo y bienestar.
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